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FUEGO Y MEMORIA: AQUEL VOLCÁN GUATEMALTECO Y UN VIAJERO INGLÉS

Los moradores de las cercanías de volcanes han experimentado que, a la muerte por fuego, le sigue la renovación de la vida en los ecosistemas.


Margarita Susana Gascón

CONICET, Argentina | GEOPAM


Imagen procedente de la edición francesa de la obra de Thomas Gage, Nouvelle relation, contenant les Voyages de Thomas Gage dans la Nouvelle Espagne, Amsterdan, 1694,

digitalizada por la John Carter Brown Library.



“Guatemala está entre un paraíso y un infierno”, escribió el viajero inglés Thomas Gage (1603?-1656) cuando se refería a Santiago de los Caballeros, la actual Antigua. Localizada en el valle de Panchoy, la próspera colonia estaba enmarcada por el volcán Acatenango, el denominado volcán de agua y el volcán de fuego. Según nuestro testigo, el volcán de agua adornaba con su vegetación: “Nace de él: fuentes, jardines, frutas y flores, junto al bello aspecto de sus verdes costas”. En cambio, el volcán de fuego era una montaña “espantosa y desagradable, cubierta de cenizas, piedras y guijarros calcinados, estéril. No se oye más que el ruido del trueno, ardiendo fuego y azufre y llenando el aire de mortales y pestíferos olores”.


En la imagen, el volcán de fuego estaba tan activo como los pobladores lo estaban en sus quehaceres diarios. Aun bajo la permanente actividad volcánica, los habitantes seguían (casi despreocupadamente) sus rutinas. Por el camino sale un cargamento en carreta mientras otros van ingresando con sus animales y cargas por un puente, siguiendo una misma dirección. Al cabo de un verano, el propio Gage anotó que estaba acostumbrado “al ruido de la montaña, el humo y las llamas, y los temblores de tierra”.


De acuerdo a los registros geológicos, este estratovolcán de cónica simetría nunca ha descansado. Está considerado como uno de los más activos de América Central y tuvo algo que ver en el traslado de Santiago al valle de la Ermita en 1776. La relocalización se debió, en parte, a los seguidos sismos destructivos, pero intereses económicos se aprovecharon de la situación porque la nueva capital quedó en una zona conveniente para los comerciantes. Esta había sido la zona de los primeros asentamientos mayas. En el centro de la actual capital guatemalteca, el sitio arqueológico de Kaminaljuyú atestigua una ocupación tan temprana como la de los primeros olmecas en Veracruz; esto es, desde el 1200 a.C. Aquel activo poblado maya del preclásico mesoamericano estaba ubicado en la encrucijada de las rutas de dos piedras de gran valor. Por un lado, la obsidiana de origen volcánico, que es una piedra dura con gran capacidad de filo y, por el otro, el jade, utilizado para objetos de culto.


Una pregunta atraviesa la imagen de Gage: ¿qué tienen los volcanes que nos fascinan? Se les admira y venera, tal vez incluso más que lo que se les teme. En Colima (México) se realiza una ceremonia desde tiempos precolombinos que agradece al volcán por beneficios como microclima y fertilidad de suelos para la agricultura. Y no es una celebración enteramente pagana, pues se oficia misa cristiana. En la Payunia de Mendoza (Argentina), donde el Payún Matrú preside sobre los 800 conos del campo volcánico, otra antigua celebración invoca a un santo católico mientras pide por las lluvias para la ganadería caprina. El par fuego-agua, como opuestos complementarios, asocia al volcán con la fertilidad. Y en este sentido, de la experiencia surgen los ritos cíclicos de destrucción-construcción, por lo que los moradores de las cercanías de volcanes han experimentado que, a la muerte por fuego, le sigue la renovación de la vida en los ecosistemas.


Hay ejemplos de la múltiple influencia de los volcanes en las sociedades. Para los mapuche chilenos, traían mensajes de los espíritus y de los antepasados. Como portales al inframundo, impulsaron la curiosidad científica al extremo temerario del jesuita Atanasio Kircher, quien a principios del siglo XVII se hizo introducir con una cuerda en el cráter del Vesubio, como ya lo había hecho Plinio el Viejo varias centurias antes. Y en el arte, ¿quién no fue embargo por la calma del Fujiyama en medio de la terrible La gran ola de Kanawaga, de Katsushika Hokusai (1760-1849)? Sin competir con la abundancia de grabados y pinturas del Etna y el Vesubio, la culminación pictórica, sin embargo, está en América, con Gerardo Murillo (1875-1964), el “pintor de los volcanes”.


Hace unos años organicé un seminario y coordiné la publicación de un libro sobre las relaciones de las sociedades con sus volcanes. En aquel momento, decidí abrir el libro con una descripción, no de un geólogo, no de un vulcanólogo, no de un historiador, sino de una escritora. En The Volcano Lover, Susan Sontag hipotetiza con un párrafo evocativo:



Maybe it is not the destructiveness of the volcano that pleases most, though everyone loves a conflagration, but its defiance of the law of gravity to which every inorganic mass is subject. What pleases first at the sight of the plant world is its vertical upward direction. That is why we love trees. Perhaps we attend to a volcano for its elevation, like ballet. How high the molten rocks soar, how far above the mushrooming cloud. The thrill is that the mountain blows itself up, even if it must then like the dancer return to earth; even if it does not simply descend – it falls, falls on us. But first it goes up, it flies. Whereas everything pulls, drags down. Down.



Son las palabras de Gage las que ilustran la imagen que abre este texto, y no al revés. Es decir, el argumento está contenido en el grabado, porque describe la imponencia del volcán en aquel paisaje natural y humano. Y más aún, expresa elocuentemente lo pequeño que queda todo lo demás: las casas, los hombres, los animales, las plantas. Exhibe con claridad y hasta armonía la rutina de un planeta geológicamente activo junto con la rutina humana de sostener la vida. Ese es el argumento que junta la fuerza del planeta con la voluntad humana. Creo que eso fue lo que vio Gage y debió ser difícil de olvidar. Antigua es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1979. Cuando ingresé por el arco del antiguo convento de Santa Catalina, me frenó la presencia del volcán de fuego. En un lejano eco, ahí entendí aquella íntima sensación con la que Gage cerró su estadía en Guatemala. Aquel había sido “el lugar más ameno y agradable que yo había visto en todos mis viajes”.


Coda


Los curiosos podrán leer el relato de Thomas Gage aquí. El libro coordinado por Margarita Gascón se titula Historias de volcanes y sociedades (Buenos Aires: Biblos, 2014). La cita de Susan Sontag se lee en español así, en la traducción de Marta Pessarrodona:


Tal vez no sea la capacidad destructora del volcán lo que más gusta, aunque a todo el mundo agrada una conflagración, sino su desafío a la ley de la gravedad a que toda masa inorgánica está sometida. Lo primero que gusta a la vista del mundo de las plantas es su dirección vertical hacia arriba. Por esta razón amamos los árboles. Quizás acudimos al volcán por su elevación, su alzamiento, como si asistiéramos a un ballet. Cuán alto se remontan las rocas fundidas, cuán lejos por encima de la nube en forma de hongo. Lo que emociona es que la montaña se lanza a sí misma hacia arriba, aunque deba, como el bailarín, volver a tierra; incluso si no se limita a descender, sino que cae, cae sobre nosotros. Pero primero sube, vuela. Mientras que todo lo demás tira, arrastra hacia abajo. Hacia abajo. (Susan Sontag, El amante del volcán. Alfaguara: Madrid, 1995, p. 42)




Sobre la autora


Hice mis estudios de grado en Mendoza y de posgrado en Canadá. Soy investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones y doy clases en grado y posgrado. Hacer estudios en historia ambiental fue adoptar una perspectiva sensible al comportamiento de nuestro planeta (¡esa rara gema!) y a sus relaciones con nosotros. Entre dos cielos, cuando no investigo ni enseño, me dedico a una huerta orgánica con frutales en mi casa de la montaña y a otra huerta que, en la terraza de mi casa urbana, se consuela con prosperar alegremente en numerosas macetas con flores y hortalizas. Me encuentras en gasconms@gmail.com.








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