Un libro devocional lleva a Vanina Teglia a descubrir una de las imprentas que impulsaron la Revolución de Mayo.
Vanina Teglia
Universidad de Buenos Aires y CONICET, Argentina | GEOPAM
Fotografía del libro que tomó la autora la primera vez que lo vio.
En 2015, visité una enriquecedora exposición en la John Carter Brown Library sobre las últimas incorporaciones de la biblioteca y tuve, así, mi primer contacto con algunos de sus libros. Al conocer que yo era argentina, Ken Ward, entonces curador allí, me mostró un ejemplar que había sido impreso el 29 de julio de 1766 por los jesuitas de Córdoba del Tucumán, meses antes de la expulsión de América de la orden, lo que finalmente sucedió el 2 de abril de 1767.
Este Manual de exercicios espirituales para tener oración mental de Tomás de Villacastín había sido publicado por primera vez en Valladolid en 1612. Contiene instrucciones y sugerencias organizadas por tema o meditación que siguen mayormente la vida de Cristo y están destinadas a perfeccionar los contextos, las ideas, reflexiones, lo que se debe decir y hasta algunas posturas corporales del ritual solitario de la oración cristiana. Por ejemplo: “Saca de aquí semejantes ansias de recibir a Dios [...] y haciéndolo así, espera en el Señor, sufre un poco, no desmayes, que fiel es en sus promesas, y él vendrá y te consolará” (pp. 203-204). La reimpresión criolla de 1766 presenta licencia del virrey enviada desde la Ciudad de los Reyes (Lima) y estaba destinada a los estudiantes del Colegio Real de Nuestra Señora de Monsserrate, hoy Colegio Nacional de Monserrat, contiguo a la Universidad Nacional de Córdoba en Argentina.
En ese momento, no pensé que el volumen impreso que tenía ante mis ojos podría haber sido uno de los pocos publicados por la imprenta de los jesuitas de la ciudad de Córdoba. Este ejemplar perdido no está mencionado, por ejemplo, en el catálogo Bibliothèque de la Compagnie de Jésus entre las varias impresiones que tuvo el mismo libro en distintas ciudades. Por otra parte, tampoco conocía yo, en aquel entonces, el destino errante y trascendente que tuvo la imprenta que lo sacó a la luz.
Meses después de la visita a la biblioteca, visité la ciudad de Córdoba en Argentina, ciudad que, junto con sus alrededores, fue una actora importante en la historia colonial de la región. En la manzana jesuítica, se destacan el antiguo colegio —edificio luego destinado a Rectorado de la universidad y ahora Museo Histórico de la UNC—, la iglesia de la Compañía de Jesús y la capilla doméstica. Estos edificios y la fundación de la Universidad de Córdoba en 1613 dan cuenta del poder de la orden en el territorio. Si, por un lado, Tucumán era el centro de la gobernación del mismo nombre en el mapa trazado por el Virreinato del Perú, por el otro, Córdoba era el centro religioso de la Paraquaria, nombre de sello utópico dado a la provincia jesuítica que contenía a todas las comunidades misionales en el Río de la Plata, incluyendo las de Paraguay. Las cercanas estancias jesuíticas de Alta Gracia, Jesús María, Caroya, Santa Catalina y La Candelaria, además, evidencian el auto-abastecimiento de la orden y su interrelación entre ciudad, campo y comunidades religiosas de nativos y nativas en el territorio. El conglomerado jesuítico —como no podía ser de otra manera— era en verdad un importante centro educativo e intelectual. Impresiona recorrer los estantes de la biblioteca de la manzana jesuítica, que, al momento de la expulsión, contenía quizás más de 6000 ejemplares de diferentes disciplinas del mundo entero, y que hoy —en un esfuerzo de restauración de la antigua biblioteca— cuenta con más de 2500. Según las Constituciones de la Compañía de Jesús, en los colegios se debía enseñar hebreo, latín, griego e “indiano”; por esto, la biblioteca contenía, entre otros, vocabularios, en español, de la lengua quechua (andina), mapuzugun (de los mapuches), y lule y tonocote (de los calchaquíes).
Cuando estuve allí y realicé la visita, recordé que en mi móvil aún tenía la foto de aquel ejemplar impreso en Córdoba y se la mostré a Lucas Peretti, nuestro guía. La visión de la fotografía del impreso fue una sorpresa para él, graduado de Comunicación Social por la UNC y uno de los miembros del proyecto de investigación “La imprenta en el sistema productivo de la Manzana Jesuítica de Córdoba y la Provincia Jesuítica del Paraguay” (FAUDI-UNC). Lucas me hizo saber que el ejemplar que resguarda la biblioteca John Carter Brown fue uno de los poquísimos que llegaron a imprimirse en Córdoba en aquella época.
Las partes de la imprenta habían sido traídas en 1764 probablemente desde Génova y, una vez armada, funcionó en los sótanos del actual Museo San Alberto de Córdoba, frente a la manzana jesuítica. Allí, se imprimieron quizás sólo tres libros en una pequeña cantidad y algunas tesis y conclusiones, pues la producción se vio interrumpida a causa de la expulsión de los padres de la orden. Así, la imprenta estuvo más de una década desmantelada y en desuso en los sótanos del Colegio Nacional de Monserrat. En 1780, el virrey Juan José Vértiz dispuso su traslado a la capital de Buenos Aires en el muy recientemente creado virreinato del Río de la Plata y la puso en funcionamiento en la Casa Cuna u Hospital de los Niños Expósitos para solventar, con lo producido, parte de sus gastos. Así, en la manzana de Las Luces, pero de Buenos Aires, esta imprenta, ahora llamada “De los niños expósitos”, sirvió para difundir posteriormente muchos de los escritos de la revolución de independencia argentina o Revolución de Mayo. Una de las publicaciones más significativas que produjo en esta, su tercera vida, fueron las invitaciones a participar del Cabildo de Mayo de Buenos Aires de 1810: “El Exmo. Cabildo convoca a Vd. para que se sirva asistir precisamente mañana, 22 del corriente a las 9, sin etiqueta alguna, y en clase de vecino, al Cabildo abierto [...]”. El independentista Agustín Donado fue quien se atrevió a imprimir mayor cantidad de invitaciones destinadas a criollos que a funcionarios europeos, lo que consagró finalmente la revolución que instituyó en el poder a la Primera Junta de Gobierno totalmente constituida por criollos en el territorio del Río de la Plata. Luego, la misma imprenta sirvió para difundir las ideas de mayo en la Gazeta de Buenos Ayres, creada por el ideólogo Mariano Moreno.
Todavía me conmueve el hecho de haber tenido entre mis manos unos de los pocos ejemplares que produjo esta imprenta para los jesuitas y, también, uno de los más tempranos libros impresos en la región del Cono Sur americano. La imprenta, finalmente, comprada por muy poco dinero a los franciscanos que la heredaron y trasladada a Buenos Aires, consiguió un destino inusitado, el que estaba esperando quizás: trocó las inquietudes del alma y el sufrimiento de la espera por las esperanzas que trajeron la Revolución y las ideas nuevas de los hombres “sin etiqueta” del Sur americano.
Sobre la autora
Soy profesora en la Universidad de Buenos Aires de literatura latinoamericana e investigadora en CONICET. Me encanta leer y analizar relatos de viajeros a América de la época de las colonias iberoamericanas, así como visitar bibliotecas y archivos. El edificio de la Biblioteca Nacional de Argentina sigue siendo mi preferido. En mis tiempos libres, soy lectora de poesía, compañera de animales y probadora de lo que cocinan otrxs. Me encuentras en vaninateglia@filo.uba.ar, @m_teglia (Twitter), o en Facebook.
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