Las plumas vuelan contra la corriente — son revolucionarias.
Tiago Bonato
Universidad Federal de la Integración Latinoamericana, Brasil | GEOPAM
Un colibrí fotografiado por el autor.
En las antiguas enciclopedias, poco afectas a la creatividad humana, una pluma se definía como aquella estructura con un tallo flexible, rico en queratina, del que surgen, a ambos lados, múltiples filamentos finos y maleables. Esta estructura cubre el cuerpo de las aves.
Con una pizca de suspicacia, uno se podría preguntar qué hay de malo en esta definición. Nada. Las plumas son, en efecto, dichas estructuras y aquí apenas podríamos reproducir su definición más conocida, si no fuera por otra de sus características -física y ontológica, medible e inconmensurable-: la iridiscencia. Se trata de un fenómeno óptico que hace que ciertos tipos de superficies reflejen diferentes colores en función del ángulo de refracción de la luz. Las plumas iridiscentes son y no son. Por un lado, ofrecen colores intensos, brillantes. Basta que el simple portador, un pájaro, cambie el ángulo para que se desvanezcan; los colores desaparecen, no son. Las plumas son mucho más complejas que simples estructuras con tallos flexibles, ricos en queratina. Y la clave para comprender esta complejidad es precisamente la iridiscencia.
Es necesario redefinir las plumas.
Pero primero, vamos a los datos, esos términos performativos que se sostienen por sí mismos en la racionalidad: los pájaros tienen plumas. Muchas. Entre las aves más brillantes (según el ángulo, ya se sabe) y más increíbles, están los colibríes. Cada uno de estos pájaros, que en promedio tiene el peso de una moneda devaluada, lleva consigo más de mil plumas. Ningún otro pájaro resume tan bien el fenómeno de la iridiscencia. No por casualidad, los nombres indígenas de los colibríes significan pájaro centelleante, resplandeciente, un rayo de sol. Pero los datos pueden volverse aún más desafiantes y casi abstractos, incluso cuando se habla de números: el corazón de los colibríes puede latir hasta mil veces en un minuto; sus alas, ochenta veces por segundo; su dieta es diez veces su peso corporal en comida diaria; los colibríes visitan casi dos mil flores al día y tienen un mapa mental para volver sobre todas ellas; en la selva atlántica brasileña vive una especie de colibrí que canta en ultrasonido - un sonido de catorce mil hertzios-; otra especie vuela, proporcionalmente, al doble de velocidad de un avión; incluso otra hace una migración de dos mil kilómetros, desde Alaska hasta el Golfo de México, que incluye un tramo de más de ochocientos kilómetros sin paradas sobre el mar. Todo con dos o tres gramos de peso. ¿Cómo lo hacen? Cubiertas de plumas.
Suficiente ya de números. La racionalidad de las medidas físicas oculta, pero parece revelar también, lo esencial en la belleza, la ligereza, la singularidad de las plumas. La iridiscencia. Basta cambiar el ángulo de percepción y tenemos ante nuestros sentidos una realidad completamente distinta, brillante, intensa. Son los mismos datos, con la luz reflejada desde otra perspectiva. Sensibilidad para inconmensurar la realidad. Es necesario dejarse llevar por la iridiscencia para comprender las plumas. Las plumas necesitan otra definición: una pluma es un instrumento de fuerza, de potencia. Es lo que los números no pueden explicar, la simplicidad de lo real, el opuesto sensible de lo que muestra la racionalidad. Es una mirada a lo que no se ve, aunque esté a nuestro alrededor. Es una invitación a un nuevo mirar, a ver el mundo con ojos irisados, a cepillar la realidad con sus propias plumas. Pluma es una llamada a la resistencia, a lo real, antivirtual, antifinanciero, antifetiche. Las plumas vuelan contra corriente. Son revolucionarias.
Sobre el autor
Soy montañista, pajarero (nombre dado de cariño a los observadores de aves en Brasil), entusiasta de la naturaleza, encantado por la literatura. Mi destino cuando niño parecía estar en un camión; camionero como mi padre, mis abuelos y muchos tíos y primos. La vida siguió otros rumbos y terminé en la universidad. Hice mi formación (licenciatura, maestría y doctorado) en Historia en la Universidad Federal de Paraná. Actualmente soy profesor de Historia de América en la Universidad Federal de Integración Latinoamericana (UNILA), en Foz de Iguazú, ciudad trifronteriza entre Brasil,
Paraguay y Argentina.
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